Por Hugo Rafael Chávez Frías
I
Productivas, y por demás copiosas, fueron las actividades de esta semana que termina y harto difícil será referirme a todas con la atención debida que merecen. Haré el máximo esfuerzo de síntesis.
Bien lo decía el Padre Bolívar: “El mejor sistema de Gobierno será aquel que le proporcione a su pueblo la mayor suma de seguridad social, la mayor suma de estabilidad política, y la mayor suma de felicidad posible”. Seguridad social, tal es nuestro cometido, porque son sagrados mandatos que Bolívar nos legara. En tal sentido, en un acto especial este lunes 19 de julio, honramos tal compromiso entregando sus libretas a nuevos pensionados y pensionadas del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, atendiendo a lo dispuesto en el decreto 7.401. Hemos planteado la incorporación al beneficio de pensiones de todas aquellas personas que no completaron el requisito de 750 cotizaciones.
El martes 20 asistí a la graduación de la II Promoción de la Policía Nacional Bolivariana: son 1 mil 474 oficiales de policía al servicio del pueblo y cuya guía es la ética socialista. Organización para la seguridad, la lucha contra la impunidad, la prevención de las conductas desviadas y un cotidiano ejercicio fundado en la razón y el sentimiento y, por supuesto, en el respeto a la dignidad humana a la hora de usar la fuerza, son las características que, desde ya, constituyen el blindaje de nuestro novísimo cuerpo policial.
Durante la fraterna visita que nos brindara este miércoles 21 de julio el Presidente de la República Cooperativa de Guyana, ese buen amigo llamado Bharrat Jagdeo. Guyana se está integrando con nosotros al continente suramericano, y no solo ya a la fachada caribeña. Lejos debe quedar aquella visión que le tenía asignada a Guyana un rol extracontinental, extra suramericano, como si nunca hubiese estado enclavada en la espesura norte de nuestra Amazonía. Este es un compromiso que adquirimos para, precisamente, fortalecer nuestra UNASUR y alcanzar una verdadera integración regional. En este preciso sentido, pronto Guyana recibirá la secretaría pro témpore de Unasur de manos del Ecuador.
El jueves 22 recibí la grata visita de ese gran amigo nuestroamericano, el gran Diego Armando Maradona. Aquí vino con la frente en alto, como siempre, el hombre que le ha dado las más grandes satisfacciones y alegrías a su amada Argentina. Así lo reconoció la presidenta Cristina Fernández de Kirchner recientemente cuando la selección regresó de Sudáfrica y recibía los ataques de la canalla mediática, apátrida en todos los sentidos. Igualmente, ha llenado de gloria a nuestro continente, haciéndolo respetar en todos los escenarios, porque Maradona es Argentina en la misma medida en que es América.
Junto a ese gran astro de nuestro fútbol, asistimos a la graduación de los 326 egresados de la Universidad Deportiva del Sur en San Carlos, Cojedes, quienes recibieron el título que los acredita como licenciados especialistas en Deporte para convertirse en luz del mundo y sal de la tierra. Luz para iluminar de conocimiento a los pueblos y sal para luchar contra la corrupción de los valores. Lo reitero: estos muchachos y muchachas, son y tienen que ser los forjadores de la nueva patria, del humanismo, de los valores del socialismo y, por supuesto, de la Revolución deportiva que está en marcha en Venezuela.
También junto a Maradona, esa mañana del jueves, quiero recordarlo, ante tantas provocaciones y tantas agresiones por parte de quien es el administrador de los intereses estadounidenses en Colombia, no nos quedó más alternativa, por dignidad, que romper totalmente las relaciones diplomáticas con su gobierno. Fue un anuncio que hice con una lágrima cruzándome en el corazón. Confío en que la Colombia bolivariana, la Colombia que piensa y ama, la Colombia profunda que encarna su pueblo, la Colombia de sus grandes intelectuales y sus verdaderos líderes políticos, haga sentir la fuerza de su voz contra quienes quieren convertirla en la plataforma de una intervención militar estadounidense en Venezuela.
Tenemos que recibir señales claras e inequívocas de que hay una voluntad política real en el nuevo gobierno de Colombia, para reemprender el camino del diálogo, sin trampas, y sin obviar que Uribe deja tierra arrasada detrás de sí y todos los puentes rotos. Esperaremos.
II
Quiero recordar contigo, compatriota que me lees, a un gran historiador colombiano, Indalecio Liévano Aguirre, cuando en su formidable obra Bolivarismo y Monroísmo expresaba: “Nunca como en la primera mitad del siglo XIX americano fue tan verdad para el liderazgo político estadounidense la máxima aquella de “divide y reinarás”. La preocupación de Estados Unidos era visible en relación a la consolidación o la constitución del cuerpo anfictiónico o Asamblea de Plenipotenciarios, y fueron giradas instrucciones a los agentes diplomáticos en Hispanoamérica para que a toda costa lo impidieran y evitaran se consumaran los ideales bolivarianos. Para su juego utilizaron la difamación política, y como víctima al hombre que impulsaba con mayor fuerza la causa unionista hispanoamericana: Simón Bolívar”.
Hoy 24 de julio al celebrar su natalicio —y conmemorando, también, la Batalla Naval del Lago de Maracaibo y Día de nuestra Armada Bolivariana— no he dejado de pensar en el Padre Libertador y en esa llamarada que se ha desprendido y disparado de sus huesos gloriosos: cuántas pasiones se han desbordado en todos estos días.
Por un lado, cuánto odio y egoísmo, cuánta burla rastrera y envidia realenga en ese sector que es heredero de la oligarquía paecista y santanderista en Colombia y en Venezuela. Es como si el espíritu de Bolívar les estuviera hurgando en la llaga apátrida: los herederos de Santander, secundados por los herederos de Páez, reactivaron con mal de rabia y espumarajos en sus bocas, su contumaz antagonismo contra la anfictionía y unión americana propuesta por Bolívar; a ambos no los guía sino la difamación contra nuestro Libertador y contra todo lo que rezuma su espíritu y gloria; su solo nombre los perturba.
Pero, por otro lado, cuánto amor desatado, cuánta alegría, cuántos rostros iluminados de todas esas mujeres y niñas, hombres y muchachos, quienes al compás de las puntadas de sus corazones fueron zurciendo el pabellón patrio; el tricolor que hoy va a cubrir sus huesos como expresión de lo que él siempre quiso merecer y merece: las bendiciones de nuestro Pueblo y de todos los Pueblos que lo siguen amando.
Año 1783: “En ese año mismo el rey Carlos IV de España, unido por el pacto de familia con el soberano de Francia, obligó a Inglaterra a reconocer la independencia de las colonias de Norteamérica. Acababa de nacer el que habría de arrebatarle también las suyas”, nos dice magistralmente Felipe Larrazábal en su obra Simón Bolívar. Vida y escritos del Libertador. Y es que, sin duda, Bolívar nace dentro de un contexto histórico que dejaría una profunda impronta en él: la independencia de los Estados Unidos, la Revolución industrial, la Revolución francesa y la independencia de Haití.
Este 24 de julio le hemos entregado a Su Excelencia El Libertador en el Panteón Nacional, la bandera que, desde siempre, merecía: una bandera que es hechura popular; que ha salido de las manos mismas del Pueblo —en especial de las manos de las mujeres que lo encarnan— con el más grande amor, con la mayor devoción. Es una bandera que es expresión genuina del sentimiento colectivo, de la conciencia colectiva para la que el bolivarianismo se ha convertido en cimiento de nuestra identidad, de nuestra dignidad y de nuestra decisión de luchar hasta vencer: hasta conquistar nuestra Independencia definitiva.
Nunca, como en este 24 de julio de 2010, el Panteón se ha iluminado con tal fervor patrio y tal devoción popular. Así lo sentí con el mayor de los estremecimientos. Bolívar ha regresado definitivamente en el amor del pueblo y vive, como fuego sagrado, en él.
Quiero volver a evocar las hermosas palabras con las que el gran pensador uruguayo José Enrique Rodó abre su ensayo sobre nuestro Padre de la Patria:
Grande en el pensamiento, grande en la acción, grande en la gloria, grande en el infortunio, grande para magnificar la parte impura que cabe en el alma de los grandes, y grande para sobrellevar, en el abandono y en la muerte, la trágica expiación de la grandeza. Muchas vidas humanas hay que componen más perfecta armonía, orden moral o estético más puro; pocas ofrecen tan constante carácter de grandeza y fuerza; pocas subyugan con tan violento imperio las simpatías de la imaginación heroica.
Sigámoslo, entonces, por el camino de la grandeza. Seamos dignos del Libertador dando nuestro mayor esfuerzo para hacernos, cada día, un pueblo grande por su heroísmo, por su sabiduría y por su amor.
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